Hace poco en un debate
sobre los valores en la administración pública defendía que la transparencia en
la Administración no debiera ser considerada como un valor sino como un
requisito esencial. En un paralelismo con el fútbol exponía que la
transparencia debía ser como o el alumbrado -natural o artificial- pues sin luz
no se puede jugar.
Estaba pensando en profundizar en este asunto cuando he visto que este martes el gobierno vasco ha aprobado el anteproyecto de la Ley de administración pública de Euskadi, que es de suponer que pronto imitarán otras administraciones. Además el Gobierno vasco anuncia que creará la Agencia Vasca de Transparencia.
Estaba pensando en profundizar en este asunto cuando he visto que este martes el gobierno vasco ha aprobado el anteproyecto de la Ley de administración pública de Euskadi, que es de suponer que pronto imitarán otras administraciones. Además el Gobierno vasco anuncia que creará la Agencia Vasca de Transparencia.
Ley de transparencia
Os quiero llamar la atención sobre cómo esta Ley regula la “Transparencia” en todo el Título IV, en 26 artículos desarrollados en 15 páginas. La intención me parece excelente. La exposición, muy didáctica, que reproduzco, es ¡Genial!, me parece “cum laude”:
Artículo
84.- Transparencia e información
pública.
1.-
La transparencia como principio de funcionamiento de la Administración Pública
Vasca en su relación con la ciudadanía exige que la información puesta a su
disposición sea de la más alta calidad, esto es, que sea veraz, clara,
coherente, oportuna en el tiempo, materialmente relevante, estructurada,
concisa, entendible, completa, segura, de fácil acceso, multicanal, comparable,
multiformato, interoperable y reutilizable en los términos establecidos
legalmente.
No tenemos en España experiencia para valorar esto, o al
menos yo no la tengo. Estamos avanzando por un terreno inexplorado. Deseo que lo
hagamos bien y ojalá que se cumpla sin trampas. Mi primera reflexión es
preguntarme porque no tenemos leyes como esta desde hace varias décadas. Cuando
entramos en la Unión Europea ya otros países tenían leyes similares y no alcanzo
a comprender por qué no fue un referente para nuestros gobernantes. Me cuesta
asimilar que uno tenga un automóvil de lujo y viva en una mísera cabaña y de la
misma forma no entiendo como nuestros gobiernos apuestan y gastan para que
nuestros equipos de fútbol compitan en la “Champions League” mientras nuestra
administración y nuestros derechos ciudadanos no pueden jugar en las primeras
divisiones europeas.
Transparencia y corrupción
Quizás sea un iluso, pero pienso que, aún sin Ley, con un ejercicio exquisito de la transparencia, se podrían haber evitado muchos de los escándalos de corrupción que tanto preocupan ahora a los españoles. Aunque deberíamos ser conscientes que la corrupción es un problema oculto que lleva décadas con nosotros (quién analice las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas -CIS- de los últimos años, podrá detectar bajo que otros problemas se encontraba camuflado o lo tenían escondido y por ende, nos hacían mirar para otro lado).
De la misma forma que Taylor hace más de 100 años,
experimentó que aumentando el alumbrado en los puestos de
trabajo se aumentaba la producción en una fábrica, creo que aumentando la
transparencia en la administración aumentará la democracia y la participación ciudadana y
disminuirá la corrupción.
Transparencia y funcionarios
No obstante, quiero añadir que la transparencia o la falta de ella no es solo una cuestión de los políticos, es una mala costumbre de profundas raíces entre el funcionariado. Se ha transmitido a hierro y fuego de generación a generación, desde el tintero y plumilla, a la Olivetti y al ordenador, que “la información es poder” y la gran mayoría de los funcionarios son remisos a que se aireen los datos de su departamento o unidad, que son los que le otorgan su status, su poder, su capacidad de influencia, la relevancia ante sus superiores, etc. Tan solo a final de año recogerán en la Memoria anual los datos que ellos quieren, los que realzan su actividad. Los mismos funcionarios que exigen que se hagan públicos los sueldos de los políticos o su patrimonio, no comparten que se haga lo mismo con sus datos más personales, como salario, jornada laboral, bajas, horas extras, productividad, etc., pues una gran mayoría del funcionariado arropado por el igualitarismo sindical imperante se encuentra muy cómodo en la situación actual de opacidad. Uno se pregunta cómo es posible que se mantengan vicios de la administración que ya denunciaba José de Larra hace dos siglos en su artículo “Vuelva usted mañana”, aunque con la versión actual, que consiste en decirle al ciudadano que «Eso no es aquí» y mandar al ciudadano a la ventanilla de otra Administración “competente”. Por eso, pienso, que para ser transparentes no hace falta solo una Ley, hace falta un cambio de mentalidad y cualquiera sabe que para eso hace falta una generación y un cambio de paradigma: entender e interiorizar que la información que manejamos en la administración no es nuestra, es de los ciudadanos.
No obstante, quiero añadir que la transparencia o la falta de ella no es solo una cuestión de los políticos, es una mala costumbre de profundas raíces entre el funcionariado. Se ha transmitido a hierro y fuego de generación a generación, desde el tintero y plumilla, a la Olivetti y al ordenador, que “la información es poder” y la gran mayoría de los funcionarios son remisos a que se aireen los datos de su departamento o unidad, que son los que le otorgan su status, su poder, su capacidad de influencia, la relevancia ante sus superiores, etc. Tan solo a final de año recogerán en la Memoria anual los datos que ellos quieren, los que realzan su actividad. Los mismos funcionarios que exigen que se hagan públicos los sueldos de los políticos o su patrimonio, no comparten que se haga lo mismo con sus datos más personales, como salario, jornada laboral, bajas, horas extras, productividad, etc., pues una gran mayoría del funcionariado arropado por el igualitarismo sindical imperante se encuentra muy cómodo en la situación actual de opacidad. Uno se pregunta cómo es posible que se mantengan vicios de la administración que ya denunciaba José de Larra hace dos siglos en su artículo “Vuelva usted mañana”, aunque con la versión actual, que consiste en decirle al ciudadano que «Eso no es aquí» y mandar al ciudadano a la ventanilla de otra Administración “competente”. Por eso, pienso, que para ser transparentes no hace falta solo una Ley, hace falta un cambio de mentalidad y cualquiera sabe que para eso hace falta una generación y un cambio de paradigma: entender e interiorizar que la información que manejamos en la administración no es nuestra, es de los ciudadanos.
De todas formas, estamos de enhorabuena, en este camino
iniciado, solo podemos mejorar.
Publicado el 18 de julio de 2014
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